Todo empezó hace unos años,
yo estaba en medio de una tormenta,
él vino a mí sin esperarlo,
Dios mandó al Diablo para rendir
cuentas.
Dejé a mi sombra angelical agonizando
y él debía hacerme pagar una deuda.
Era la sangre, nunca debí haber
jugado,
nunca debí extender toda esa pena.
Para ser justos él debía arrancarme
el corazón,
tiró tan fuerte que también se llevó
mi alma,
aún hoy noto las mismas punzadas a
traición
que quedan en mi antigua esencia
cercenada.
Cariño, soy una descorazonadora,
cariño, soy una descorazonadora,
cariño, soy una descorazonadora,
cariño, soy una descorazonadora,
y voy a arrancarte y llevarme tu corazón.
Tengo una montaña de ellos a mis
espaldas,
los reúno buscando uno que pueda
ocupar
el hueco que aún sigue abierto en mi
pecho.
Mi objetivo os deja destrozados y sin
nada,
no tengo lástima ni cuando os veo
llorar,
dejé de sentir cosa alguna hace mucho
tiempo.
Sólo una bestia monumental pudo
hacerme esto,
era incapaz de verlo, sólo podía
sonreír y seguir,
seguir vaciándome por dentro,
drenándome.
Él me cazó y tiene mi alma a modo de
trofeo,
apenas reacciono, no puedo llorar,
tampoco reír,
¿Cómo pude dejar que siguiera
atacándome?
Quizás fue su mirada o sus abrazos de
acto reflejo
o mi necesidad de sentirme asfixiada
por alguien,
dulce ahogo en el que me regodeaba
ciegamente.
La forma en la que se creaba un hueco
en mi pecho
tendría que haber sido considerada un
crimen,
era una mártir, creada para desalmarse
y quererte.
El tiempo ha pasado y sigo devorando
corazones,
devorando hombres para conseguir una
anestesia
que tape este dolor que está habitando
mi esternón;
En los rincones de este mundo más
desoladores,
sigo teniendo este tipo hambre extraña por
inercia,
dejando a mi paso cadáveres al ritmo
de “Se acabó”.
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