jueves, 12 de agosto de 2010

Encrucijada

Me asomo a la ventana y ni siquiera huele a invierno,
la oscuridad me dice que una vez esto estuvo iluminado,
puedo pulsar el interruptor y que todo se encienda de nuevo,
darte mi corazón en bandeja y que continue funcionando.

Alguna vez me he precipitado con mis confesiones,
pero en su momento no fueron nunca una tortura dolorosa,
sólo una manera romántica de perder los papeles.
El eco de mis esperanzadas palabras es lo que me destroza.

¿Quién te has creído que eres?
¿A dónde piensas llevarme?
Estoy empezando a perder la fe,
porque tú no me respondes...

Mis pasiones se desatan y no he podido hablar antes,
me siento extraña con esos trozos de mí ennegrecidos,
maldecidos y usados hasta el mismísimo desgaste.
Nunca he sabido mantenerme firme, en mi sitio.

Lejos, mi serenidad está encerrada frente a mí,
se golpea y hace tiempo que se destrozó la cara.
A menudo su sangre es la que sirve de carmín,
y su angustia ya no me dice absolutamente nada.

¿Quién te has creído que soy?
¿Por qué acantilado voy a caerme?
Mañana será más difícil que hoy,
porque nadie más va a recogerme.

¿Puedes siquiera mirarme un momento a los ojos?
No hay vacío en ellos, sólo un atasco de gritos,
un río a punto de desbordarse, tiñéndose de rojo
entre expresiones ausentes y largos suspiros.

Y no se puede decir que no me hayan advertido,
intento digerir todo esto muy poco a poco.
No huele a verano, más bien huele a podrido.
Sé que estoy lista para tener el corazón roto.

¿Quién te has creído que eres?
¿A dónde piensas llevarme?
Estoy empezando a perder la fe,
porque tú no me respondes...