miércoles, 7 de enero de 2009

Bajo las pestañas

Tus piernas están curazas y cerradas obsesivamente
como lo está a cada hora del día esa voz en tu mente,
que no te dice que no estás hecha del todo, que estás cruda,
encerrada, sin hablar con nadie, como una monja de clausura,
tejiendo y cocinando cosas que tocan el exterior que no disfrutas,
vistes de negro y blanco, pero no eres buena, tampoco eres pura.

Exiges ser escuchada, ser escuchada sin decir absolutamente nada
¡Eso es casi como un milagro! Sólo te faltan los estigmas y unas alas,
mientras despellejas a todos como a conejos, sin ponerte su piel de abrigo,
sin ser empática ni entender que estás fuera, que nada de esto va contigo.
Sólo mueves el brazo como un autómata quitando sacos de piel y entrañas,
arrojándolas a un cubo, mientras se pudren al mismo ritmo que tu alma.

¿Sabías entonces quién te estaba esperando al otro lado del pozo, allá arriba?
Sus manos pueden ser tiernas y cándidas, suaves y a la vez son desconocidas,
como el diente de una serpiente cuyo peligro no conoces o no quieres conocer,
que se azota a sí misma repleta de escamas de limón con sabor febril y grave.
Predicaste muy bien, sosteniendo tu papel y jugando a ser una actriz perfecta,
¿Sabes? Estoy hablando en pasado porque ya no te necesitan en ésta escena.

No puedes salir corriendo porque tus uñas de águila se agarran al suelo,
tu vanidad te golpea, todo lo malo que has hecho te lo están devolviendo.
Es muy difícil tragar todas esas púas con todos esos flases disparándose,
sin captar el olor nauseabundo que tus mentiras, una a una, desprenden.
Durmiendo día a día en una dama de hierro con corchos en las puntas,
aún así debemos comprender que eres inocente y que no es tu culpa.

No hay comentarios: