lunes, 22 de diciembre de 2014

El horror de un colmillo de elefante troceado,
el murmullo del viento antes de una tormenta,
los silencios tras las palabras que marcan un fin.
Las montañas espinales de las visiones de costado,
los flashes de odio disparados sin darse cuenta,
el laberinto de mi mente y su oscuro jardín.

Los mensajes cargados de rabia lupina,
la negrura del techo en mitad de la noche,
los insectos de verano paseando por desagües,
los shocks clavados en el pozo-retina,
el veneno lanzado en forma de reproche,
los planes que rehago para que no te marches.

El blanco inmaculado de un ataud para niños,
el dolor en el pecho tras un llanto desgarrador,
la desesperación de apoyar la cabeza en el lavabo,
las muestras falsas y crueles de falso cariño,
los ojos empañados por este intenso dolor,
el peso de tristeza y soledad en cada fin de año.

La impotencia y las ganas de querer regresarte,
el sonido de las campanas cuando sopla el viento,
las ruedas de los coches cuando es muy tarde,
los trazos corporales que no debieron dibujarse
las voces de los monjes que cantan en el silencio,
la desesperación tremenda de hacer que te quedases.

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