jueves, 11 de diciembre de 2008

Desde una Isla

Estoy muy lejos. En realidad tremendamente lejos,
cuando sólo mi cúpula de cristal, mi torre, nos separa.
No puedo secar el agua salada con mi corto cabello.
Mi nuca con mis huesos sobresalientes está inclinada.
No sonrío, me oculto meciéndome, huyendo de ello.

Siempre, siempre me has visto, pero no observado.
La gente hace cola, se pone de puntillas con entrada
para ver cómo extirpan ése blando y rosado gusano
de mí. Nunca me conociste y el silencio se inflama.
Entonces me lees a solas, desvirgando mi secreto.

Estoy agarrada a ti, como un asqueroso parásito,
escupiendo sobre tus cosas, pero bebiendo tu salvia.
Erguida, patética en éste infinito estado comatoso,
puedo entrar en crisis, pero sé que no haré ya nada,
pero ¿Qué maldita crisis es? Esto es sólo un teatro.

En ése lugar jamás hallaré a nadie llamado mío.
Tus puñales puestos en fila junto a mi sagrada biblia.
Suéltame un poco, no quiero abrazos o cariño,
son falsos... Yo no pude nacer del todo, me asfixian.
Haz que paren todos esos sollozos de niños.
Vuelve a suceder, se acerca la tempestad marítima.

Durante la infección te asemejaste al Diablo,
han pasado muchos años y aún no he olvidado ése día.
Una vez fui normal, pero decidí dar un salto
junto al pelotón de maniquíes de la tanda de la cobardía.
Mi mente sigue siendo un agujero insano,
un negro patio de recreo donde la bondad está perdida.

Pero estoy sentada, sentada con un tecleo,
oigo a tus bufones de fondo, cargados de neutras energías
y me pregunto cómo ha pasado tanto tiempo.
Me paro un poco y siento cómo algo en mí se (en) cierra.
Y mi casa está repleta de palabras con fuego,
pero sigue siendo tu abrazo, lo que me oprime con fuerza.
Lo sé, lo sé, lo sé: nunca pude nacer del todo.

No hay comentarios: