miércoles, 27 de agosto de 2008

Vida

Y este es, en definitiva, el final de mi diario;
por todo lo escrito, por todo lo arrancado.
Letras que se apilan como granos de arena,
jaqueca nocturna meciéndose en mi nuca;
bebé que berrea dentro de mi cabeza.

Desde el principio supe que el final existía.
Ahora pasa el tiempo, exterminé a esa niña.
El lápiz podía ser borrado al principio,
pero ya no.
La sangre es la tinta de mi bolígrafo.
Los errores ya no se ocultan.

¿Qué pasa de la trescientos cinco a la trescientos diez?
Es inútil acordarse de todas esas hojas que mutilé.
Fue la semilla de mi odio a escondidas una vez.

Sonrío satisfecha ¿Voy a quemarlo?
Me odio hoy al igual que antaño.
No es moda, no estoy exagerando,
tengo testigos, testigos de papel.
Es curioso, somos unos trescientos cinco,
¿O quizás trescientos diez?

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